jueves, 29 de julio de 2010

LOS CAMINOS DE LA FELICIDAD 2

ORTEGA Y GASSET.


1. Vida y obra.

José Ortega y Gasset nace en Madrid en 1883 en el seno de una familia burguesa liberal e ilustrada. Su madre es propietaria del periódico El Imparcial y su padre el director. Estudia en Málaga, Madrid y Alemania. Alterna su dedicación a la filosofía con la labor periodística que lleva a cabo desde joven. Alcanza la cátedra de metafísica en la Universidad Complutense.
Ortega interviene como teórico en la política de su tiempo. Defiende la ideología republicana. Con la llegada de la dictadura tiene que exiliarse a Sudamérica. Regresa a España en 1945, y muere diez años después.
Aparte de la gran cantidad de artículos periodísticos que escribió el filósofo madrileño, destacan como obras suyas Meditaciones del Quijote, El tema de nuestro tiempo, La rebelión de las masas, La deshumanización del arte, Qué es filosofía.
La trayectoria intelectual de Ortega suele dividirse en tres periodos:
-Objetivista. Bajo el influjo de E. Husserl. La intención es acercarse a “las cosas mismas”. Nuestro hombre cree que la realidad es única y objetiva.
-Perspectivista. Pasa a pensar que la realidad no se presenta de una única forma, sino con distintas perspectivas. Cuantos más puntos de vista se tengan sobre ella, mejor quedará conocida, aunque obtener la verdad total sobre ella es tarea imposible.
-Raciovitalista. La razón que piensa tiene su origen en la vida de cada sujeto, en su historia personal. Esto implica que nuestras concepciones sobre la realidad dependen de la circunstancia vital desde la que se elaboran (y por ello habrá tantas como sujetos que se lancen a la búsqueda del conocimiento).
2. Contexto histórico-cultural y filosófico.
2.1. Contexto histórico-cultural.
Nos encontramos en un periodo de gran importancia en la historia reciente de nuestro país y del resto del mundo.
Aquí en España, tiene lugar la Restauración borbónica de la mano de Alfonso XII (desde 1874 hasta 1923). En el transcurso de la misma tiene lugar el desastre del 98 (que
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lleva consigo la pérdida de buena parte de nuestras colonias de ultramar). Después vendrá la dictadura de Primo de Rivera, con alternancia entre el Partido conservador y el Partido liberal. En 1931 se proclama la II República. 1936 es el año en el que tiene lugar el alzamiento militar del General Franco y con él, el inicio de la Guerra Civil.
Desde entonces, las condiciones socioeconómicas y políticas hacen de la nuestra una sociedad atrasada dentro de Europa. Se depende, casi en exclusiva del sector agrícola. Hay una polarización creciente entre la clase latifundista caciquil unida a una pequeña burguesía y la de los trabajadores del campo. Ortega no dejará de alertar contra el mal cada vez mayor que producen “Estas dos Españas que conviven juntas pero la una frente a la otra”.
Fuera de nuestras fronteras destacan los siguientes fenómenos:
-Desarrollo del comunismo y del socialismo.
-Auge del capitalismo.
-Enfrentamiento entre el proletariado y los dueños de los medios de producción.
-Revolución Rusa de 1917.
-Primera Guerra Mundial.
-Consolidación de los regimenes fascistas en Alemania, Italia y España.
-Segunda Guerra Mundial.
En el plano cultural, si las Generaciones literarias del 98, 27 y 50 suponen algo así como una Edad de Plata en el panorama cultural español, en las décadas posteriores, sobre todo tras la Guerra, se produce un declive cada vez mayor acompañado de unos altos índices de analfabetismo. Esto, a su vez, deparará una reacción de los intelectuales y artistas que dará lugar al surgimiento de vanguardias, sobre todo en literatura (modernismo, creacionismo, surrealismo), en pintura (expresionismo, cubismo y abstracto) y en cine (el surrealismo de Buñuel, por ejemplo).
2.2. Contexto filosófico.
En la época en la que vive nuestro autor destacan una serie de corrientes filosóficas:
a) Las estrictamente relacionadas con cuestiones ontológicas: idealismo, neokantismo, existencialismo, vitalismo, historicismo.
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b) Las caracterizadas por un interés en el lenguaje y los problemas de la ciencia: positivismo lógico, estructuralismo.
c) Las que se centran en problemas sociales: marxismo, psicoanálisis.
En la gestación y maduración de la filosofía de Ortega influyen especialmente estas tres posiciones:
a) La fenomenología de E. Husserl. En su etapa objetivista. Ortega, que vive estos años en Alemania, contempla el panorama cultural español cargado de subjetivismos y personalismos que causan un gran retraso con respecto a Europa. Por ello, proclamará como lema “salvarse en las cosas”, “ir a las cosas mismas”, conceder el máximo grado de realismo o verdad a las cosas tal y como se nos presentan.
b) El historicismo de Dilthey y su idea de que la realidad última que es la vida (de la que parten las demás realidades, incluida la del conocimiento), debe comprenderse en su dimensión histórica, es decir, como algo que cambia a través del tiempo.
c) La ontología existencialista desarrollada por Heidegger en su obra Ser y tiempo (que ofrece un complemento a la caracterización orteguiana de la vida, hasta el punto de llegar a considerarse como “capacidad de elección”, “proyecto”, “anticipación”…)
3. Concepto orteguiano de filosofía.
La filosofía, para Ortega, no nace por razón de utilidad, pero tampoco por capricho. Es una necesidad de nuestro intelecto.
En efecto, la filosofía es un enorme apetito de transparencia, de desvelamiento de la realidad.
“La filosofía –dice nuestro autor en un texto titulado Sobre la razón histórica- es un saber radical, y lo es porque se plantea problemas últimos y primeros (…) Los problemas de la filosofía son problemas absolutos y absolutamente problemas, sin limitación ninguna de su brío pavoroso. Son los problemas feroces que acongojan y angustian la existencia humana, de que el hombre es portador y sufridor permanente y que no ofrecen garantía alguna de ser solubles, que acaso no lo son ni lo serán nunca. Por eso la filosofía es el único conocimiento que para ser lo que tiene que ser no necesita lograr la solución de sus problemas; por tanto no necesita tener éxito en su empresa. Aún siendo un perpetuo fracaso está perpetuamente justificada como humana ocupación, porque la fuerza de la
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filosofía, a diferencia de los otros modos de conocimiento, no se funda en el acierto de sus soluciones, sino en la inestabilidad de sus problemas”.
4. El concepto de “vida” como realidad radical.
Hemos visto que, para Ortega, la filosofía es saber radical, conocimiento absoluto del universo o cuanto existe. Ahora debemos dar otro paso: enfrentarnos a la pregunta sobre la realidad más indudable del universo. EL primer problema filosófico consiste en determinar qué elemento del universo nos es dado de tal forma que escape a todo tipo de duda.
Ortega encuentra que esa realidad radical no es la conciencia, como creía el idealista o el racionalista. Tampoco es el “mundo objetivo” que postula el realista o el empirista. La realidad última es la vida, nuestra vida, la de cada uno en particular. No existe otra realidad más absoluta. En efecto, el pensamiento no es anterior a la vida: es un fragmento de un sujeto determinado que, sencillamente, vive. Los conceptos que surgen del pensamiento tampoco pueden serlo. Otro tanto ocurre con la cultura, que se cimenta en las conceptualizaciones que realizamos las personas de todos los tiempos. El mismo hecho de filosofar o hacer filosofía no es sino un acto de vivir, un momento de vida.
La vida de una persona está definida por una serie de atributos:
a) Vivir es, ante todo, encontrarse en el mundo. Mundo no es aquí naturaleza, sino “lo vivido como tal”.
b) Pero no nos ocupamos en el mundo de una forma vaga, sino concreta: estamos ocupados en algo. Dice el filósofo: “Yo consisto en ocuparme con lo que hay en el mundo y el mundo consiste en todo aquello de que me ocupo y en nada más”.
c) Mas “Todo hacer es ocuparme en algo para algo”. Vivimos para una finalidad.
d) Para alcanzar esa finalidad hay que, por así decirlo, ir preparando el terreno. Vida es anticipación y proyecto.
e) Ahora bien, si puedo preparar, proyectar es porque tengo, en vida, libertad de decisión.
f) “Si nuestra vida consiste en decidir lo que vamos a hacer, quiere decirse que en la raiz misma de nuestra vida hay un atributo temporal: la vida es futurización”. Dicho con otras palabras: la vida es temporeidad.
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g) Pero las posibilidades en el tiempo no son ilimitadas, sino que se barajan en el ámbito de determinadas disposiciones que en lenguaje orteguiano reciben el nombre de “circunstancias”. Toda vida se vive en determinadas circunstancias. La circunstancia no es sólo el mundo que rodea al hombre, sino el constituyente esencial de su vida. En este sentido la famosa frase de Ortega: “Yo soy yo y mi circunstancia”.
h) Vivir, así, no es entrar por gusto en un lugar previamente elegido, sino encontrarse, de pronto, sin saber cómo, caído, sumergido en un mundo que no se puede cambiar por ningún otro. En este sentido la vida del hombre es imposición, faltalidad.
5. La razón vital.
Toda esta caracterización tiene sus consecuencias en el ámbito gnoseológico. Ortega, de hecho, da lugar a una teoría del conocimiento ciertamente peculiar.
La idea de base es que el conocimiento no es producido por la razón pura, sino por la razón vital.
El concepto de razón vital (como el de razón viviente o el de razón histórica) no es un síntoma de concesión al irracionalismo. No es tampoco una reducción de los límites de la razón, sino una ampliación de su horizonte cognoscitivo bajo una forma nueva. Ortega no va contra la razón, sino contra el racionalismo, y no porque sea racional, sino porque lo es al margen de la vida. La irracionalidad desaparece si fundamentamos la razón pura en la totalidad de la razón vital. Por eso la actitud filosófica de Ortega se denomina raciovitalismo.
La razón vital funciona desde el sujeto en su totalidad, dentro de su circunstancia, en una determinada realidad social e histórica, y nunca como un entendimiento desarraigado del sujeto. La razón vital aparece arraigada en la vida del ser humano. Se concreta, por tanto, en razón histórica. En realidad el hombre no tendría naturaleza sino historia. Su vida no está determinada de antemano, acabada, no es estática sino que está abierta al horizonte temporal. En definitiva, el hombre no nace, se hace con el paso del tiempo dentro de unas coordenadas circunstanciales e históricas.
Por lo demás, Ortega no cree que la razón histórica sea la panacea del mundo, como si con ella todo deviniera comprensible y desapareciera cualquier forma de incomprensión del y para el ser humano.
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6. La verdad como perspectiva.
Según el filósofo madrileño, el problema de definir la verdad es un problema sumamente dramático. Por un lado, la verdad, al pretender ser un reflejo adecuado de lo que las cosas son, se obliga a ser una e invariable. Por otro, la historia nos muestra cómo el hombre ha cambiado continuamente de opinión, y en cada caso ha consagrado como verdad la que poseía en ese momento.
Estos datos contradictorios con los que se topa el hombre al tratar de definir la verdad son los que han dado origen a dos posturas distintas y opuestas en su concepción y en su valoración: el escepticismo y el dogmatismo.
El escepticismo, ateniéndose a la historia, renuncia a la idea de que la verdad pueda ser conocida por el hombre, y afirma que pretender conocer la verdad es ilusorio. La verdad no existe.
El dogmatismo, por el contrario, con el fin de salvar la verdad renuncia a la vida, a la historia. Para el dogmatismo la verdad es una, abstracta e invariable y, por lo mismo, no puede atribuirse a personas individuales, perecederas y cambiantes.
Ortega rechaza ambas posiciones. Rechaza el escepticismo porque, en su opinión, la vida pide verdades. La fe en la existencia de la verdad es un hecho radical en la vida humana. Rechaza el dogmatismo porque escinde en dos a la persona humana: coloca a un lado lo vital y renuncia a ello, y en el otro pone ese núcleo racional que capacita al hombre para encontrar la verdad pero que no vive, que es ajeno a lo que ocurre en la vida.
Para nuestro hombre la manera más adecuada de acercamiento a la verdad consiste en considerar la verdad como perspectiva.
La verdad que el hombre puede conseguir nunca será una verdad plena, completa. Por grandes que sean los esfuerzos que el hombre realice para que su pensamiento refleje las cosas tal como estas son, nunca lo conseguirá del todo. Su conocimiento nunca agotará el objeto.
El hombre, a través de su conocimiento, sólo reflejará de la realidad lo que se pueda ver de ella desde un punto de vista determinado o, lo que es lo mismo, desde una perspectiva.
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Cada perspectiva es única. Esto no significa que la realidad sea subjetiva, sino que se hace más objetiva cuantos más puntos de vista o perspectivas sumemos. Lejos de ser deformación de la realidad, la perspectiva es su organización.
Por lo demás, Ortega concluirá que únicamente Dios puede contemplar la realidad desde todas las perspectivas, la verdad absoluta, pues no está sometido a ninguna limitación.


AGUSTÍN DE HIPONA.



1.Vida, obra y contexto filosófico.

San Agustín nació en Tagaste (dentro de lo que hoy sería Argelia) en el 354. En su juventud fue educado en la fe cristiana, pero pronto la abandonó para abrazar el maniqueismo (doctrina que afirmaba la existencia de dos fuerzas en el mundo y en el ser humano que luchan constantemente entre sí: el bien y el mal). En el 365 se trasladó a Madaura, donde estudió gramática y leyó la obra de algunos clásicos latinos (como el diálogo Hortensio de Cicerón que, al parecer, le incitó a iniciar la búsqueda de la sabiduría. En el 384 acudió a Milán, ciudad en la que asistía con frecuencia a los sermones del obispo San Ambrosio, que le llevaron a alejarse del maniqueismo. Después, trabó contacto con el neoplatonismo de Plotino. Este hecho, unido al anterior, hizo que se convirtiera de nuevo al cristianismo en el 387. Nueve años más tarde fue consagrado obispo de Hipona. A partir de este momento se dedicará a polemizar contra el donatismo (que defendía que la Iglesia no debía intervenir en la organización del estado ni sostenerse en una jerarquía basada a su vez en el concepto de poder) y contra el pelagianismo (que manifestaba que el hombre no ha de hacerse acreedor del pecado original, lo cual implica que tampoco necesita redimirse para alcanzar la salvación, sino sólo practicar el bien. Igualmente escribirá alguna de sus obras más importantes como las Confesiones, las Retracciones y la Ciudad de Dios.
San Agustín murió en el 430 durante el sitio de Hipona por parte de los vándalos.
Históricamente, le tocó vivir una época caracterizada por el hundimiento del Imperio Romano. Este hecho propició un grave deterioro de la economía, continuas luchas entre los diferentes pueblos de la cuenca mediterránea y un notable retroceso de la cultura. A principio del siglo V comienza la invasión de los pueblos del norte de Europa, proceso que culmina en el 476, fecha en la que se suele situar el final del Imperio Romano de Occidente.
2.El conocimiento: teoría de la iluminación.
La constante que caracteriza toda la existencia de San Agustín no es otra que el intento de alcanzar la verdad suprema.
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Influido por el neoplatonismo de Plotino, el filósofo pronto llegará a la conclusión de que hay tres tipos de conocimiento: el conocimiento sensible, el conocimiento racional y el conocimiento contemplativo.
El conocimiento sensible es el conocimiento que tenemos de las cosas gracias a nuestros sentidos. Es un conocimiento impreciso; capta las apariencias y no la verdadera realidad, pero resulta útil en la vida.
El conocimiento racional tiene lugar gracias a la labor que realiza la razón al comparar los datos que proporcionan los sentidos con las ideas que la divinidad ha introducido en ella. Este conocimiento es el que nos diferencia del resto de los animales.
El conocimiento contemplativo es el conocimiento superior. Se consigue cuando el sujeto contempla directamente las ideas eternas sin necesidad de contar con la facultad sensitiva ni con la racional. Mediante este conocimiento se accede a la verdad absoluta (que, a su vez, posibilita que seamos plenamente felices). Para que llegue a producirse es necesaria la iluminación divina; es necesario que Dios ilumine la parte más elevada de nuestra alma, la mente, y dentro de esta, la inteligencia; es necesario que Dios se haga presente en nuestro interior:
“Inteligible es Dios, y al mismo orden inteligible pertenecen las verdades y teoremas de las artes; con todo, difieren mucho entre sí. Porque visible es la tierra, lo mismo que la luz; pero aquélla no puede verse si no está iluminada por esta. Luego tampoco los axiomas de las ciencias, que sin ninguna duda retenemos como verdades evidentes, se ha de creer que podemos entenderlos sin la radiación de un sol especial. Así pues, como el sol visible ilumina, del mismo modo, en el secretísimo sol divino, a cuyo conocimiento aspiras, tres cosas se han de considerar: que existe; que se clarea y resplandece en el conocimiento; que vierte su luz para que sean entendidas las demás cosas”.
San Agustín. Soliloquios.
3.El ser humano.
Para San Agustín, fiel continuador del platonismo, el ser humano es un compuesto de cuerpo y alma o, si se quiere, de animalidad y racionalidad. El alma está dotada de razón y tiene como misión regir al cuerpo (aunque no siempre lo consigue debido al pecado
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original cometido por Adán y Eva); también nos hace descubrir a Dios fuera y dentro de nosotros y alcanzar los conocimientos más elevados. No obstante, a diferencia de Platón, San Agustín afirma que el alma no preexiste desde la eternidad, sino que fue creada por Dios y depositada en el primer hombre. A partir de aquí, se fue transmitiendo de padres a hijos junto con las demás cualidades heredables.
4.Teoría ética.
Para nuestro hombre, la felicidad no se consigue gracias a la sabiduría (como afirmaban los griegos), sino sólo a través del acercamiento o del amor a Dios.
La voluntad humana es libre: puede volverse a Dios o apartarse de Él. Cuando ocurre lo segundo, va en contra de la voluntad divina (y aquí es donde se da la existencia de mal). Cuando se da lo primero, lo que hace es obrar conforme a las verdades o a los principios que Dios mismo nos ha inculcado.
Por lo demás, Según San Agustín todos los seres humanos somos conscientes de las normas y leyes morales que tienen verdadera validez debido también a la iluminación.
5.Teoría política.
Al entender del obispo de Hipona, el mejor Estado es aquel que se deja orientar por los valores espirituales establecidos por la Iglesia.
En efecto, San Agustín afirma que hay dos leyes, la ley positiva (establecida por la autoridad) y la ley natural (que Dios ha puesto en el corazón de los hombres y que se encarga de hacer manifiesta la Iglesia). Sólo cuando aquélla se supedite o se deje asesorar por ésta, se logrará el mayor bien para la Humanidad.
6.Las dos ciudades.
Si dos son los grupos humanos que existen en función del seguimiento que hacemos unos y otros de los valores o de las normas establecidas por Dios, también serán dos las ciudades erigidas en este mundo: la ciudad de Dios y la ciudad terrenal. La primera está representada por la santa Jerusalén; la segunda, por la infiel Babilonia. La una es “la de los hombres que quieren vivir según la carne”; la otra, “la de los hombres que quieren vivir según el espíritu”:
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“Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial. La primera se gloria de sí misma, y la segunda, en Dios, testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria, y ésta dice a su Dios: Vos sois la gloria y el que me hace ir con la cabeza en alto (salmos, 3,4). En aquélla, sus príncipes y las naciones avasalladas se ven bajo el yugo de la concupiscencia de dominio, y en esta sirven en mutua caridad, los gobernantes aconsejando y los súbditos obedeciendo. Aquella ama su propia fuerza y esta dice a su Dios: a ti he de amarte, Señor, que eres mi fortaleza (Salmo 17, 2)”.
San Agustín. La ciudad de Dios



DESCARTES.



1. Vida y obra.

René Descartes nació en 1596 en La Haya (Holanda). Su familia vivía en la región francesa de La Bretaña y dispuso que estudiara en el colegio de La Flèche, regentado por la Orden de los Jesuitas. Allí, tomó contacto con la filosofía estoica, aristotélica y escolástica, así como con las matemáticas.
Al salir de La Flèche se licencia en Derecho. Después, en 1618 se alista en el ejército católico de Baviera, con la intención de “viajar y conocer mundo”.
En 1647 la reina Cristina de Suecia, que deseaba recibir clases de Filosofía, llamó a su corte al que para entonces ya gozaba de un gran prestigio intelectual. Descartes acudió, pero no pudo soportar los rigores del frío invierno nórdico, enfermó de pulmonía y murió en 1650.
El filósofo francés compartió las ideas de Galileo condenadas por la Iglesia. Además de ser el pensador que inaugura la Modernidad, también fue un notable matemático (introdujo el álgebra en la geometría) y hombre de ciencia (apasionado, especialmente, por la medicina).
Entre sus obras, caben destacarse el Discurso del método, las Meditaciones metafísicas y las Pasiones del alma.
2. Contexto histórico-cultural y filosófico.
2.1 Contexto histórico-cultural.
El siglo XVII es el siglo del Barroco, y el Barroco es una época de crisis, de pesimismo, de movimiento, de fugacidad.
La economía sigue basándose en la agricultura (aunque el comercio y las finanzas atraviesan un momento de expansión); se suceden las hambrunas y las epidemias; la esperanza de vida se sitúa entre los 25 y los 30 años. Constantemente se producen revueltas sociales. Se van consolidando los Estados modernos, independientes y soberanos, que se enfrentan por motivos religiosos y por sus afanes imperialistas. El mayor conflicto en este sentido es la guerra de los Treinta Años (1618-1648) entre los Estados Católicos y Protestantes de Alemania.
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La Iglesia ha perdido la confianza de sus fieles. Las universidades entran en decadencia y la vida intelectual se circunscribe al ámbito de los salones y las academias. La nueva ciencia renacentista ha derribado la visión aristotélica del mundo. No obstante, la aparición de la imprenta abre nuevos horizontes culturales, pues extenderá el conocimiento más allá de los muros de las instituciones eclesiásticas. Los descubrimientos efectuados por los navegantes españoles y portugueses llevan consigo la aparición de nuevas técnicas e instrumentos de navegación.
2.2. Contexto filosófico.
Descartes es considerado el fundador del Racionalismo y, por ende, de la filosofía moderna o de la Modernidad.
El Racionalismo suele oponerse al Empirismo. Ambas corrientes surgen en el siglo XVII, la primera en el continente europeo, de la mano de Descartes, Spinoza y Leibniz, y la otra en las Islas Británicas, con Locke y Hume como sus máximos representantes.
Quizás la mejor forma de entender la oposición entre estos dos movimientos filosóficos sea considerar cómo tratan la cuestión sobre el origen del conocimiento.
El empirismo sostiene que todos nuestros conocimientos proceden, en última instancia, de los sentidos. Por su parte, el racionalismo defiende que nuestros conocimientos verdaderos proceden de la razón; proceden de ideas innatas, esto es, de verdades primeras y evidentes que la razón encuentra en sí misma. A partir de aquí, otro rasgo característico de los filósofos racionalistas es que para ellos Dios es la garantía última del conocimiento de la realidad.
3. Introducción a la filosofía de Descartes.
El objetivo fundamental de Descartes es establecer orden en un mundo en el que todo se pone en duda. Nuestro filósofo busca nuevos puntos de referencia, nuevas verdades en las que apoyarnos. El cartesianismo, en efecto, es un intento de solución de la crisis generada por la aparición de la nueva ciencia y por el hundimiento de la escolástica. Para ello es necesaria una dura crítica hacia el saber del pasado, y luego, la construcción de una filosofía sobre bases completamente nuevas. Descartes busca la certeza en el conocimiento, y descubrirá que ésta sólo nos la garantiza la razón y no la autoridad de ningún filósofo.
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Tomará la matemática como modelo de saber riguroso alejado del dogmatismo. Su actitud ante la tradición no consiste en rechazarla sin más como falsa, por ser tradición, ni en aceptarla como verdadera, sino en someterla al examen de la razón, para decidir después qué rechaza y qué acepta. Fuera de esta crítica, deja deliberadamente a la teología, por considerar que sus verdades exceden la capacidad humana de comprensión.
4. Razón y método. El criterio de verdad.
Los pensadores acaban de romper con la tradición en materia filosófica. A partir de aquí, se ven necesitados de un nuevo apoyo, de un nuevo criterio para establecer la verdad. F. Bacon, por ejemplo, dirá que dicho criterio ha de ser la experiencia. Descartes, por su parte, situará ese nuevo criterio en un método establecido por la razón.
Descartes definirá su método racional, o sea, su criterio para dar con la verdad como: “Un conjunto de reglas ciertas y fáciles cuya exacta observancia permite que nadie tome nunca como verdadero nada falso, y que, sin gastar inútilmente ningún esfuerzo intelectual, llegue al verdadero conocimiento de todo lo que sea capaz de conocer”.
Estas reglas de las que habla Descartes quedarán reducidas a cuatro en su obra Discurso del método.
La primera regla es la de la evidencia. Consiste en no admitir como verdadera ninguna idea que no se sepa con absoluta certeza y evidencia que lo es. Solo son absolutamente ciertas y evidentes las ideas claras y distintas, así llamadas porque se conocen con claridad y se distinguen de otras ideas.
La segunda regla es la del análisis. Esta, tiene como fin descomponer un problema hasta llegar a sus elementos últimos que pueden conocerse en un acto de intuición.
La tercera es la de la síntesis. Se basa en recomponer ordenadamente el problema descompuesto en el análisis, “viendo” cómo las ideas evidentes se encadenan y derivan unas de otras. A este conocimiento intuitivo de las relaciones entre ideas claras y distintas lo denomina deducción.
La cuarta regla es la de la enumeración. Consiste en hacer revisiones para estar seguros de que no hemos omitido ningún paso y de que cada idea se deduce ordenadamente de la anterior.
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A estas cuatro reglas en las que se basa el método, Descartes añadirá una especie de regla más: dudar de todo, para ver qué verdad resiste a toda duda.
5. La duda metódica.
La duda que pone en práctica Descartes, esa especie de crítica radical de todo el saber, no es una actitud escéptica, sino una fase del proceso metódico que tiene como fin, precisamente, llegar a verdades indudables.
En primer lugar, Descartes duda de las cualidades de los cuerpos materiales, pues los sentidos nos engañan a veces. En segundo lugar, duda de la existencia misma de los cuerpos materiales, incluido el suyo, porque pudiera ser que todo no fuese más que un sueño. Por último, duda incluso de las verdades lógicas y matemáticas, porque pudiera ser también que la razón humana hubiera sido creada por un genio maligno y engañador que nos hiciera creer, por ejemplo, que tres mas dos son cinco, cuando realmente quizás no sea así.
6. Las tres grandes verdades.
Una vez puesta en práctica la duda metódica con tanta radicalidad, Descartes se pregunta si no habrá alguna verdad que salve semejante criba; si no habrá alguna verdad de la que no se pueda dudar.
Y lo que Descartes descubre es que sí. Descubre que si duda, si vive en una especie de sueño o si vive engañado por un genio maligno, es porque él existe. Si no existiera no le podría pasar ninguna de estas cosas. Esta verdad que nadie podrá rebatir es formulada por Descartes mediante la célebre frase “Cogito, ergo sum” (“Pienso, luego existo”).
“Pero inmediatamente después caí en la cuenta de que, mientras de esta manera intentaba pensar que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo; y advirtiendo que esta verdad, pienso, luego existo, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran incapaces de conmoverla, pensé que podría aceptarla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que estaba buscando”.
R. Descartes. Discurso del método.
Aparte de este primer principio firme y sólido en el esquema de nuestros conocimientos, ¿se podrá obtener alguna verdad más? 4
Descartes cree que sí. Para él la segunda gran verdad es que Dios existe. Y para demostrarlo ofrece tres argumentos:
-Primero. Prueba gnoseológica. Puesto que la idea de perfección infinita no es adventicia (es decir, no proviene de la experiencia externa) ni facticia (es decir, no ha sido construida a partir de otras ideas), sino que es innata, ha tenido que ser puesta en nosotros por alguien de naturaleza muy superior a la nuestra: Dios.
-Segundo. Prueba de la causalidad. Toda idea o contenido mental es un efecto que exige una causa real proporcionada. La idea de perfección e infinito no puede ser causada por el yo, que, puesto que duda, es imperfecto y finito. Es evidente que solo puede ser causada por un ser perfecto e infinito, es decir, Dios, que exista realmente.
-Tercero. El argumento ontológico (tomado de San Anselmo de Canterbury, S. XI): dado que Dios es perfecto y dado que la existencia forma parte de la perfección, es evidente que Dios existe:
“Si volvía a examinar la idea que tenía de un Ser perfecto, hallaba que la existencia estaba comprendida en ella del mismo modo como en la idea de triángulo se comprende que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos, o, en la de una esfera, el que todas sus partes sean equidistantes de su centro, y hasta con más evidencia aún; y que, por consiguiente, es por lo menos tan cierto que Dios, que es un ser perfecto, es o existe, como lo puede ser cualquier demostración de geometría”.
R. Descartes. Discurso del método.
Finalmente, nuestro hombre encontrará una tercera verdad: todo lo que se me presenta en el mundo existe realmente. La razón es muy sencilla: si Dios existe y es perfecto, tiene que ser infinitamente bueno y veraz, y si es infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que yo me engañe al creer que todo lo que conforma el mundo existe tal y como yo lo percibo.
7. La estructura de la realidad. La teoría de las tres sustancias.
A partir de lo expuesto hasta aquí, es fácilmente comprensible que Descartes distinga tres esferas o ámbitos de la realidad: Dios o sustancia infinita, el yo o sustancia pensante y la materia o sustancia corpórea.
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Para Descartes, una sustancia es “una cosa que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra para existir”.
Si tenemos en cuenta esta definición, solo Dios sería propiamente una sustancia, puesto que los demás seres son creados y conservados por él. Pero Descartes amplia la definición de sustancia al yo y a la materia porque solamente dependen de Dios para existir, siendo independientes entre sí.
Por lo demás, lo que hace que una sustancia se distinga de otra son sus atributos. Cada atributo es suficiente par dar a conocer a la sustancia, pero hay uno que constituye su naturaleza y su esencia del que todos los otros dependen. La extensión es el atributo esencial de la sustancia corporal, el pensamiento es la esencia del alma y la perfección es la esencia de Dios.
Junto a los atributos esenciales existen modificaciones de los mismos que sirven también para caracterizar la sustancia. Son los modos.
Sustancia
Atributos
Modos
Res infinita,Dios
Perfección
Infinito
Eterno
Inmutable
Independiente
Omnisciente
Omnipotente
8. La influencia del pensamiento cartesiano.
El racionalismo de Descartes con el que se inaugura la Modernidad, sirvió para eliminar una serie de prejuicios que constituían un pesado lastre para la filosofía.
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Los filósofos de la Antigüedad y de la Edad Media consideraban lo objetivo, lo real, el mundo externo como lo primariamente dado. A partir de Descartes, lo primero será el sujeto pensante.
Hegel atribuyó a Descartes el mérito de haber sido el primer pensador que intenta elaborar una filosofía “desde cero”, es decir, sin aceptar ningún presupuesto, tomando sólo lo que se pueda admitir “razonablemente”.
Husserl, por su parte, un autor del siglo XX, verá en el filósofo francés un punto crucial en la historia del pensamiento en la medida en que comprendió la importancia de un punto de partida centrado en el sujeto. Según Husserl, Descartes fue el primero en “poner entre paréntesis” la existencia del mundo material y en tratar a las cosas como fenómenos que elabora la conciencia o el yo.

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